El Sendero y el Rostro Invisibles

Por Rafael B. Díaz-Álvarez

Siempre estoy de vuelta; Porque uno es de donde llora. Elvira Sastre

Dime, ese día, Cuando esté atormentado por remordimientos… Por todos los remordimientos de la ciudad, ¿No habré adquirido derecho de ciudadanía entre vosotros?; Orestes, Las Moscas. Jean Paul Sartre

Por sangre, suelo o espada, soy dominicano. Mi mente registra y atesora fechas, olores, paisajes, historias, gestos, expresiones que viven y vivirán conmigo, esté donde esté.

La Patria, legado de mis ancestros, la que conozco, la fui forjando lentamente, por experiencias personales, por asociaciones, como un niño en crecimiento que asocia la madre al seno, a quien aparece cuando llora, o cuando balbucea un sonido ininteligible particular.

En la escuela primaria, luego de cantar el Himno de las Abejas, se cantaba el Himno Nacional, y se izaba un lienzo, con los cuatro cuadrantes cartesianos en azul y rojo, divididos por una cruz blanca. Luego comprendí que era una bandera, mi bandera, y que estos eran la voz y el rostro de un ente invisible del cual yo formaba parte.

A medida transcurría el tiempo, la patria se formaba en mi, se apoderaba de mi.

Las carabelas eran mías, los grillos de Caonabo eran míos, yo era trinitario, escuché el trabucazo de Mella, borracho o no, peleé a caballo en Las Carreras, machete en mano, los que cayeron eran mis hermanos, los que tumbamos, eran mis enemigos.

En éste devenir histórico mi vida fue marcada para siempre, vinieron y se fueron amigos que vivieron situaciones similares a las mías, compartimos sueños similares, en lugares físicos y tangibles, en escuelas, plazas, cines, cementerios.

Tuvimos profesores comunes, fui novio de sus hermanas y primas, e igual ellos de las mías.

Esas experiencias comunes nos dieron sentido de pertenencia en un conjunto que nos definió y nos define como dominicanos. En la vida adulta hemos sufrido en carne propia el desatino de nuestros gobernantes y sus excesos.

Hemos disfrutado el triunfo de nuestros atletas, de nuestra música, y aún hoy, sufrimos con el paisaje sombrío que vemos en nuestras esquinas, en nuestras calles, llenas de personas que deambulan sin sentir ni haber experimentado nuestro sufrir.

En la obra de Sartre, Orestes regresa del exilio a su patria, a lugares que desconoce pues estuvo ausente, y le hace preguntarse … ¿Qué tengo que ver con esas gentes? No he visto nacer ni uno solo de sus hijos, ni he asistido a las bodas de sus hijas, no comparto sus remordimientos y no conozco ni uno solo de sus hombres

Luego expresa su necesidad, su vacío existencial diciendo: … si hubiera un acto, mira, un acto que me diera derecho de ciudadanía entre ellos…

Existen un sendero y un rostro, invisibles, que nos empoderan y nos dan derecho a nuestra ciudadanía. Nos hacen llorar, y reclamar la patria, sin necesidad de título de propiedad.

Quienes lleven ésta patria por dentro, nuestra patria, serán nuestros hermanos y hermanas, independientemente del color de su piel, o que suelo los viese nacer.

Serán miembros permanentes de la hermandad del Dios, Patria, y Libertad.

De lo contrario, tendremos que decir como Electra a su hermano Orestes, que pretendía mostrar su pertenencia en Argos ¨ … aunque te quedes cien años entre nosotros, siempre serás un extranjero … ¨.

El autor es: Economista y politólogo de formación, egresado de la Universidad Pace de New York.

rafael.diaz@bitacoradiplomatica.com

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